Por: Alejandra Flórez
Desde los silenciosos aposentos de su casa de campo, en medio de las inabarcables montañas de la cordillera oriental colombiana, Débora Arango recordaría con placidez aquellas escapadas clandestinas de la niñez, cuando se disfrazaba de hombre para igualarse a sus hermanos, a quienes no les estaba prohibido pasear por el campo montando a caballo.
Corrían épocas sumamente conservadoras en un país encomendado al Espíritu Santo, que nunca soportó la impertinencia de una mujer que, a pesar de haber sido criada en una familia religiosa y tradicional, veía con completa naturalidad la desnudez de las formas femeninas. Durante años lidió con el rótulo de haber sido la primera mujer colombiana en pintar desnudos femeninos, proceso que, asimismo, se desarrolló de forma natural, toda vez que sus hermanos eran médicos y en su casa abundaban los libros de anatomía, empedrados de imágenes y fotografías sin censura del cuerpo humano. Por esta razón fue declarada la enemiga número uno de las Damas de la Liga de la Decencia (movimiento religioso adscrito a la Iglesia Católica), quienes tacharon su obra de “arte degenerado, inmoral, perverso, inmundo y pornográfico”.
La impopularidad de Arango se acentuaba, de igual forma, debido a la intensidad de los temas tratados en sus obras, al trazo fuerte de las pinceladas, al uso del negro y la oscuridad que reinaba en muchos de sus escenarios y a la violencia del colorido con el que siempre pretendió denunciar las injusticias que abundaban en su país. Todas estas características la vinculan inevitablemente con una fuerte línea expresionista, en cuyas representaciones figuraban, sobre todo, mujeres desnudas, prostitutas, mendigos, políticos corruptos, obreros marginados y señoras de la alta sociedad pintadas en posiciones sexuales, muy a la forma de lo que en ultramar hicieran artistas como Otto Dix o Emil Nolde.
Esta distinción de lo feo no se debe solamente a la moderna tendencia artística a valorar y resaltar todo aquello que se salía de los cánones estéticos establecidos, sino que sus raíces se encuentran enquistadas en un asunto mucho más político. La vena feminista de Arango la llevó a asumirse como una gran contradictora de los preceptos conservadores y moralistas de una sociedad que se debatía entre los temas religiosos y los conflictos políticos.
Censurada durante décadas, incluso por sus propios maestros, Arango siempre manifestó que el arte nada tenía que ver con la moral, por lo que se animó a sacar a las mujeres de la iglesia, a cambiar sus rasgos virginales para endurecerlos con escorzos de violenta perspectiva y a pintarlas en escenarios tan poco convencionales para ellas en Colombia como los prostíbulos, bares y manicomios, acompañadas de presidentes, putas y borrachos.
La reacción no se hizo esperar, especialmente de parte de los más poderosos: reconocidos personajes de extrema derecha como Laureano Gómez, el dictador Gustavo Rojas Pinilla y hasta el mismísimo Franco —que saboteó una de sus exposiciones en Madrid— jamás le perdonaron el hecho de haberse atrevido a pintarlos con formas de animales: ratas, ranas, sapos y murciélagos. Asimismo, la iglesia se encargó de perseguirla y acusarla, bajo el argumento de que era tolerable que artistas varones como Pedro Nel Gómez pintaran mujeres desnudas, pero que esta conducta era absolutamente reprochable en una mujer y constituía pecado mortal.
Ante la incisiva respuesta de Arango, quien públicamente manifestó que no sabía que ahora había pecados para hombres y pecados para mujeres, durante muchos años fue rechazada por los museos y galerías nacionales, a lo que también contribuyó enfáticamente el olvido de la crítica de arte, en cabeza de Marta Traba como única voz autorizada en el país. A mediados del siglo XX, en Colombia solo podían tener luz aquellos ungidos por la reconocida argentina, quien durante décadas protegió incansablemente al denominado “Patriarcado de los intocables”, conformado por Edgar Negret, Eduardo Ramírez Villamizar, Alejandro Obregón y Fernando Botero.
Silenciada y olvidada por el mundo durante casi toda su vida, Arango se encerró en su casa de campo, en aquellas montañas reposadas que poco la veían salir y en las que estaba dedicada por completo a la pintura. El surgimiento tardío de los movimientos feministas en Colombia en los años ochenta dio lugar al rescate de esta poderosa voz en el arte que, no obstante, siguió siendo víctima de la censura incluso después de la muerte, cuando Twitter retiró de la plataforma la imagen de Madonna del silencio —compartida en conmemoración por una periodista—, por no cumplir los requisitos establecidos de la red social.
En estos días de empoderamientos y emancipaciones femeninas, encuentro más que oportuno resaltar este aguerrido legado de aquella nuestra silenciosa madona colombiana, cuyas obras, como un grito desgarrado, exhibimos ahora con orgullo y procuramos compartir con el mundo como un heraldo de los olvidados.
“La madona del silencio”: Débora Arango – Panoraview
•4 años ago
[…] 1 diciembre 2020 Picnic La Leonera Por: Alejandra Flórez Desde los silenciosos aposentos de su casa de campo, en medio de las inabarcables montañas de la cordillera oriental colombiana, Débora Arango recordaría con placidez aquellas escapadas clandestinas de la niñez, cuando se disfrazaba de hombre para igualarse a sus hermanos, a quienes no les estaba prohibido pasear por el campo montando a caballo. Vía: Vivir en… […]
Karys
•4 años ago
Es dificil destacar ante una sociedad de varones, más si muestra el lado obscuro de la sociedad, sus obras denotan ello .
Gracias por sus obras La madrina del silenció …